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Crónicas de un pescador: Mucho trabajo, poco reconocimiento.

Actualizado: 2 ago 2022


Más de 60 años estando a “remo y viento”. Las arrugas en su rostro y las abundantes canas en su cabellera lo confirman. Sus ojos cansados cuentan como Pedro Feliz Mitre Borja inició en la pesca con tan solo 10 años de edad. Con la inocencia de un niño –y la ignorancia del mismo– sin saber muy bien que era, aceptó seguir la tradición familiar de vivir su vida encima de las olas.

Una vez que empiezas, es difícil que te separes del mar. Pues sería normal que por tu cuerpo comienza a correr agua salada cuando pasas 10 horas al día en el mar. Ellos salen alrededor de las 7:00 de la mañana y regresan a las 5 cargados de lo que hayan pescado en el día.



Se levanta temprano, con la resaca del día anterior por haberse amanecido, medio se alista, toma su café y se va a la playa. Todos llegan en sus camionetas de los 90, ruidosas, viejas, algunas todavía con el balde de madera y todo la ‘tripulación’ montada. Dentro de ella, llegan con todos sus equipos y herramientas necesarias para el largo día en el mar que les espera. Incluye motor, boyas, gasolina, ancla, remos, entre otros. Luego llegan sus respectivas mujeres para entregarles la tarrinita con el almuerzo para ir bien abastecidos para aguantar toda la jornada.



Unos troncos amarrados, un asta y una vela fue como Pedro comenzó su aventura por el mar. Así de rústico y vulnerable. Como él lo reitera: “Nosotros nos enfrentamos a remo y a viento contra el mar inmensamente bravo”. El viento que azotaba a los pescadores en aguas profundas era tanto, que solo se veía una niebla blanca mezclada por la salada espuma del agua agitada. Pero no había otra opción para los pescadores en el año 55, si ellos querían cazar en el mar, debía de ser en esas balsas primitivas hechas de palo de Quevedo. ¿Peligroso? ¿Inestable? Eso no era problema para ellos… “Nosotros ya nos sabíamos las mañas, uno le coge el ñeque”.

Sí, sin duda ahora es mucho más fácil pescar. Con barcas de fibra de vidrio, motores de alta potencia y más recursos en general, ahora pueden dominar mejor las olas. Pero no es lo mismo. El resultado final no es igual. A pesar de todos los recursos y mejores posibilidades que tienen ahora, “ya no hay pescados”. Pedro recuerda la cantidad de producto que sacaban del mar años atrás, y lamenta cuán diferente es la realidad actual. “Ahora es más sufrido” por las embarcaciones grandes que con sus recursos industriales “se llevan todo”. Dejando una pequeña cantidad mínima para los pescadores artesanales.

Terminando la tarde y el sol bajando su intensidad, llegan los pescadores con su logro del día. Cansados, quemados y con la piel rojiza del sol, llegan a la orilla. Sus compañeros los acuden, para llevar el bote hasta la arena. Ponen dos troncos debajo y van rodando poco a poco. Luego de rodar unos cuantos metros, el bote se cae y se lo vuelve a subir en los troncos, así constantemente hasta llegar. Es un proceso pesado y cansado lidiar con esos troncos.

En la arena, ya se pueden ver unos cuantos clientes esperándolos para comprar los pescados fresquitos recién salidos del mar. El mejor sinónimo de ‘no perder tiempo’. La negociación comienza allí. Dependiendo de lo que hayan pescado y de cuanto hayan logrado sacar. Pero definitivamente, allí se encuentra el mejor precio del mercado, con un regateo imbatible en otros lados. Los pueden comprar enteros o ya limpios, los pescadores hacen el trabajo completo.

Luego de la venta con los clientes de plantón en la orilla, el producto va para el mercado. Pero de eso ya se encargan otras personas. ¿Creo que merecen un descanso, verdad? Finalmente, su misión es completada luego de largas y duras horas, y ahora es hora de dar un respiro y relajarse. Sacan su botellita de aguardiente, forman el círculo, algunos arrimados a sus botes y otros sentados en sus sillas plásticas… y aquí comienza la amanecida. Tal vez un rato, tal vez hasta el otro día, no hay regla y todo es relativo con los pescadores.

Por otro lado, los compañeros de orilla deben llevar las cosas de regreso a casa, pues lo único que se queda en la orilla son los botes. Las herramientas, mallas y boyas se meten a la camioneta. Pero lo infaltable, es obviamente el codiciado motor. No pueden dejarlo en los botes desprotegidos, ya que es la parte más cara de la embarcación y el cual es el mayor objetivo de todos los ladrones. La máquina cuesta alrededor de los 2.000 dólares. Es más, Pedro hace una pausa, y cuenta cómo sufren los pescadores con los piratas.



En el año 2000, él tuvo una mala experiencia en el mar. Estaba estrenando su ‘motorcito’ nuevo para su bote y salió a pescar con sus compañeros. En medio de sus actividades, avistan un bote a la distancia pero que se estaba acercando. Lucía todo, menos familiar. El bote sospechoso se veía cada vez más cerca y venía directo hacia ellos. Los piratas tienen gran ventaja ante los pescadores pues tienen los mejores motores, con mucha más potencia. Además de que andan armados y los pescadores son prohibidos por la Marina de cargar armas. Claramente, era un juego perdido para Pedro. Así es hasta hoy para todos los pescadores.



Dependiendo de la maldad del pirata, a veces solo se llevan el motor y a veces cometen actos crueles. Algunos pueden ser desaparecidos por el mar, pueden quitarles hasta los remos para que queden varados en mar abierto, o incluso, matarlos si hacen resistencia. Lo peor de todo es que en el mar no quedan rastros ni evidencias. Las víctimas nunca más son vistas y su destino es un misterio.



La vida de Pedro nunca fue un cuento de hadas. El destino muchas veces le jugaba las fichas muy duro. Con 30 años, se casó. Justamente recién hecho de compromiso con su mujer, llega la escasez. Un mes sin nada. Ya hacían varias semanas consecutivas que no habían logrado pescar nada. “Eso fue puro sufrimiento”. No había remedio para su mala suerte, como él dice, y fue el tiempo más difícil para su familia. Una familia con tradición pesquera, una actividad que ha superado varias generaciones, y que cuando las cosas van mal… se ven sin otras opciones.

Si hay tempestades en el mar, pues también se forman arcoiris. El mar también le trajo muchas alegrías a Pedro. Una de ellas, es la quinceañera de su hija. Se acercaba el cumpleaños de su hija y los días de pesca no eran buenos. Lograban sacar muy poco del mar. “Estábamos chiros”. Pero Pedro no podía fallarle a su hija. Ese era su sueño, y su realización dependía de las olas. Él no se rindió. En el día de su cumpleaños, salió nuevamente, pero de esta vez fue aún más lejos y se metió al fondo del mar abierto. Más profundidad, más opciones. En aguas profundas encontró una mancha de Pargo, lo que les permitió regresar bien cargados. La venta fue masiva, recaudaron miles de sucres y la esperada fiesta se hizo realidad. Al apuro, todo a última hora, pero se hizo. Pedro consiguió cumplir el sueño de su ‘gorda’. “Este es mi mejor recuerdo en la historia de mi vida”.

Ahora, Pedro dejó la pesca a un lado. Se despidió de las olas, pero no del mar. Aunque ya no vaya de cacería, todas las mañanas pisa la orilla mojada, respira la brisa del mar y ve el amanecer de un nuevo día. Un día diferente de aquellas épocas de pescador, que hoy recuerda con nostalgia y emoción, pero igual un tiempo de alegría y satisfacción de seguir trabajando cerca del mar. Pedro ahora se dedica al turismo en la zona y busca compartir un poco de su historia a cada visitante curioso que llega a Playas. Así como el autor de esta crónica.



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